Actualmente la Salud Mental está de moda en tertulias, corrillos y mentideros, y, como toda moda, trivializa sobre ciertos aspectos someros del tema, centrándose en trastornos mentales “leves”, como la ansiedad, el estrés o el insomnio, y olvidando el resto. Sólo hay que escuchar los debates que hay al respecto entre los tertulianos de radio y televisión, nunca suficientemente informados ni formados, en los escasos espacios que se dedica a la Salud Mental. Echo en falta los debates en los que se invitaba a un especialista sobre el asunto a tratar y eran los contertulios los que le hacían las preguntas, como es lógico. Ahora todo eso ha quedado barrido por los “todólogos” de tres al cuarto, con una formación nula en cuestiones psicológicas y mucho menos psiquiátricas, que, llevados por una lógica de parvulario y una moral pacata, pretenden decir algo “inteligente” al respecto de la Salud Mental, para salir del paso y asegurar su puesto de trabajo. Argumentos manidos, no elaborados ni contrastados y moralinas enturbian y empobrecen las tertulias sobre el tema.

En el otro lado de la balanza, tenemos a los especialistas del ramo (psiquiatras, psicólogos, neurólogos y terapeutas) con todo un chiringuito de ocasión montado para atraer a los ingenuos. Son falsos divulgadores, que desean llenarse los bolsillos a costa de nuestra salud e ignorancia. TedTalks, libros, cursos, camisetas, sesiones de relajación y recetas infalibles para superar el estrés, la ansiedad, mejorar el sueño, comprender nuestra mente, controlarla y procurar que “nos pasen cosas buenas”. No es que sea falsa la información que ofrecen, la neurociencia avanza a pasos agigantados y su divulgación es interesante y útil, pero si sus remedios fuesen tan efectivos, los psiquiátricos estarían vacíos y ahora hay más pacientes que nunca. Paradoja que revela el negocio. Estos señores han aparecido al socaire de la nueva moda de la Salud Mental, para sacar partido y hacer negocio con ella. Teniendo presente la obsesión que existe por controlar nuestros procesos internos por medio de la tecnología, para conocer más ajustadamente cómo funciona la interacción cuerpo-mente, han llegado para quedarse, al menos por el momento. Resulta obsceno todo el merchandising que existe en torno a la salud en general y la Salud Mental en particular, que es el tema que me atañe. Todos sabemos pronunciar y hemos oído palabras como benzodiacepinas y neurotransmisores, pero nadie sabe exactamente qué son y para qué sirven. ¿Por qué? Porque tampoco el público está preparado para hablar de Salud Mental.
La sociedad en bloque, no sólo rechaza al enfermo mental, sino también a todo trabajador que esté relacionado con él (el propio calificativo “loquero”, para referirse al psiquiatra, manifiesta este desprecio social) y el ciudadano medio, aquejado de cualquier leve problema de sueño o estrés, se guarda mucho de revelarlo en todo ámbito que no sea el doméstico (a veces incluso a sus allegados más cercanos) por miedo a ser descalificado y estigmatizado en el peor de los casos. Pero cuando finalmente la sociedad se decide a tocar temas relacionados con los grandes problemas mentales, suele caer en toda una serie de clichés y descalificaciones hacia el enfermo mental, imbuidos sin duda por la información parcial, estereotipada y siempre abominable que tiene a mano: películas de terror en manicomios, donde los enfermos toman el control y arremeten contra el personal; relatos literarios totalmente delirantes, en los que la locura que aqueja a un personaje le lleva siempre al mal, o noticias sensacionalistas en las que el loco siempre es el perpetrador de un crimen repulsivo. No existe apenas literatura ni cine, mucho menos prensa, en los que se muestre la realidad del enfermo mental: su dificultad para integrarse en la sociedad, el rechazo familiar, la estigmatización, frustración y soledad, y su enorme vulnerabilidad. Su destierro, en resumen. Ni siquiera existe una mínima concienciación ni sensibilidad social, más allá de los muros de su confinamiento. Es más, entre el personal que trata al paciente mental, hay numerosos ejemplos de crueldad e indolencia hacia el loco. Un rechazo desproporcionado hacia enfermos, que no han decidido comportarse de esa manera, pero no la pueden evitar.
Por otra parte, estar sano mentalmente cuesta una media mensual de entre quinientos y dos mil euros hoy por hoy en España. La buena salud mental en nuestro país es un privilegio para unos pocos. Ser pobre y padecer un trastorno mental grave supone la dependencia de la familia, sobre la que recae el cuidado y respaldo del paciente, y del sistema sanitario público, que en España se ha colapsado y se está viniendo abajo: el seguimiento del paciente por psiquiatras y psicólogos es imposible (las revisiones son anuales, cuando debieran ser cada mes), se sobremedica al paciente ante la imposibilidad de verle en consulta más asiduamente. Falta personal, faltan infraestructuras, faltan camas, sobra burocracia y hasta los especialistas más abnegados (que los hay) tienen que rendirse a la evidencia: el sistema psiquiátrico español no funciona, está a la cola de Europa. Es Suiza el país modélico en Salud Mental, con cinco veces más recursos psiquiátricos que España, en proporción, y un tamaño tres veces inferior al nuestro.
Con este panorama de tertulianos desorientados, carroñeros, divulgación interesada, ocultación, estigma, miedo, rechazo e ignorancia voluntaria no se puede plantear un debate serio sobre Salud Mental en España ni en ninguna parte. ¿De qué hablamos entonces cuando hablamos de Salud Mental?