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  • Historia de la Locura

    La locura es definida y tratada en cada cultura y en cada época histórica de una forma particular, con arreglo a las ideas hegemónicas de la misma. La historia de nuestras afecciones es larga, tortuosa; está llena de sufrimiento e ideas preconcebidas. Pero ante todo es desconocida. No es que se la haya silenciado, no, es que invariablemente ninguna sociedad se ha tomado interés por nosotros, los enfermos mentales.

                    Los griegos y romanos consideraban la locura un castigo divino, como la mayoría de las civilizaciones precientíficas. Los dioses enviaban la locura como castigo o venganza a una ofensa. En la antigüedad clásica, las personas se consideraban víctimas de deidades sobre las que no tenían control alguno, hasta que Hipócrates planteó un origen natural de sus causas y, en consonancia con su teoría de los humores, la locura se trataría como un desequilibrio de los mismos. La propia filosofía abordó el tema. Platón consideraba que las enfermedades del alma, podían partir de una causa puramente psíquica, o tener un origen orgánico. Desde esta perspectiva, la locura era concebida como defecto moral, desequilibrio de las diferentes partes del alma: la preponderancia del estrato inferior del alma sobre el superior.

    Con el cristianismo, la locura pasó a ser sinónimo de pecado, defecto moral. Se concebía como el resultado de una posesión demoníaca, un pacto con el diablo o la práctica de la brujería. Se utilizaba el exorcismo para expulsar al Maligno de las personas enajenadas. Por su parte, el loco era tenido por un menor de edad que no podía disponer de sus bienes, testificar ni hacer contratos. A cambio, los parientes del loco debían asegurar su cuidado. Los cristianos medievales se deshacían de sus enfermos mentales trepanando sus cráneos (se les extirpaba la famosa “piedra de la locura”) o embarcándolos en las “naves de locos”, atados de pies y manos, para enterrarlos en el mar; hasta que se crearon los “hospitales de inocentes” en Europa y América durante el Renacimiento (XIV-XIV), donde se les encerraba a cal y canto.

    En la humanización del loco y su trato, será clave Joan Lluís Vives (1492-1540), quien niega categóricamente el origen sobrenatural de la locura. Otros pensadores y humanistas se oponen a que los locos sean quemados en la hoguera y reivindican el origen médico de la locura.

    En la Edad Moderna (siglos XVI-XVIII), aumentaron los encierros en los asilos y los “hospitales de inocentes”.  En esta etapa se clasifica a los locos en tres grupos: furiosos, deprimidos y tranquilos. A los furiosos se les intenta calmar con ayunos, tratos violentos y crueles, y duchas de agua fría. Los deprimidos son aislados y a menudo se los oculta de la vida social. Los tranquilos alternan con la familia y las amistades, al no constituir peligro.

    Durante la Ilustración y la Revolución francesa (siglo XVIII) comienza a darse un trato teóricamente más humano a los enfermos mentales, que en la práctica no se materializará. Philippe Pinel, considerado padre de la psiquiatría moderna, es director del asilo de La Salpetrière, explica el origen de las enfermedades mentales por la herencia y las influencias ambientales, y clasifica las enfermedades mentales en cuatro tipos: manía, melancolía, mutismo y demencia. Pese a dar un trato más moral a los enfermos mentales, como la supresión de las cadenas, Pinel continúa usando las camisas de fuerza y las duchas heladas para tratar a los locos.

    En el siglo XIX, se construyen gran cantidad de manicomios, donde se seguía recurriendo a la tortura como forma de tratamiento: mantener a los enfermos atados, sumergirlos en agua fría, golpearles, hundirles la cabeza en una bañera, marcarles la cabeza con un hierro al rojo y demás prácticas extravagantes con el único fin de anular sus ideas y delirios. Una práctica común en este siglo era ir a visitar los hospitales de inocentes, donde se exhibía a los enfermos más peculiares, algo impensable hoy día.

    En el siglo XX, se desarrollan dos concepciones diferentes de la enfermedad mental: una biologista, según la que las enfermedades son provocadas principalmente por trastornos biológicos y genéticos (Kraepelin, Bleuler). Otra psicologista, que afirma que las enfermedades mentales son desequilibrios que han de ser tratados con medios psicoterapéuticos, aunque también pueda existir una base biológica (Jaspers, Freud).

    La concepción biologisca, junto al darwinismo social, defendido por la ideología Nacional-Socialista alemana, supuso la esterilización y exterminio de trescientos mil alemanes con trastornos mentales o minusvalías (programa T-4 o Eutanasia). Los nazis consideraban a los enfermos mentales y minusválidos como inútiles para la sociedad y una amenaza para la pureza genética aria. En la España de los ‘30, el psiquiatra Antonio Vallejo-Nájera utiliza similares argumentos para reivindicar la “raza hispánica” y la “eugenesia anticomunista”. También en la lucha contra el comunismo, la CIA llevó a cabo el proyecto MK-ULTRA (1957-1964), dirigido por Donald Ewen Cameron. Tal proyecto pretendía encontrar la manera de controlar la mente humana, corregir la locura, borrar la memoria y reconstruir la psique. Peligrosos experimentos fueron llevados en secreto, acabando con la vida de miles de enfermos mentales.

    La lobotomía y el electroshock fueron prácticas usuales hasta bien entrado el siglo XX, pero no sería hasta después de la Segunda Guerra Mundial, cuando la Salud Mental daría pasos de gigante gracias a los avances en medicina y enfermería psiquiátricas, psicología clínica, neurología y farmacopea.

    En los ’60, surge un movimiento llamado antipsiquiatría, que se opone a métodos como el electroshock, los comas insulínicos o la lobotomía, y a que los enfermos mentales estén encerrados contra su voluntad (David Cooper, Ronald Laing, Thomas Sasz). La psiquiatría actual ha aceptado algunos de sus postulados: la lobotomía fue eliminada y los comas insulínicos, se acepta que los enfermos deben ser reinsertados en la sociedad en la medida de lo posible, numerosos manicomios cerraron. Hoy se sigue utilizando el electroshock y la contención mecánica en casos extremos, existen hospitales de día y la permanencia en psiquiátricos se reserva para momentos de crisis o para personas sin apoyo familiar.

    También a partir de los 60, hay un aumento considerable de los psicofármacos (antidepresivos, ansiolíticos, antipsicóticos, estabilizadores, etc.) Una crítica importante sobre el uso a largo plazo de algunos, como los ansiolíticos, es que pierden su eficacia y además pueden causar adicción. Actualmente existe todo un debate sobre la sobremedicación y la psicoterapia como alternativa a ciertos fármacos, para manejar el trastorno o evitar el abuso de medicación.

    Por su parte, también se cuestiona el DSM (Diagnostic and Stadistical Manual of Mental Disorders) es el manual de clasificación y diagnóstico de los trastornos mentales por antonomasia. Dos de las críticas que se hacen al DSM es su rigidez a la hora de clasificar los trastornos mentales y también su notable engrosamiento a partir de los 80, como consecuencia de patologizar cualquier síntoma de desequilibrio psíquico, que no debiera entenderse como causa de trastorno mental, sino como signo, señal del mismo, con fines económicos y no médicos. Fue creado por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría (APA) y la Academia de Nueva York. Su primera edición es de 1952, como una variante del CIE-6. La edición vigente es la quinta, DSM-5 (2013).

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    Este es un breve repaso, desde la antigüedad a la actualidad, del tratamiento de la locura en Europa. Falta mencionar la situación de muchos países africanos y asiáticos mayormente, donde aún se somete a los enfermos mentales a prácticas inhumanas, propias de épocas pretéritas en Occidente. Europa ha avanzado considerablemente en cuanto a medicina y enfermería psiquiátrica, psicología clínica y farmacopea; aunque aún quedan muchas lagunas (electroshock, la contención mecánica y el ingreso forzoso), además de la sobremedicación de algunos pacientes y el aumento espectacular del consumo de psicofármacos.

    Si bien las condiciones médicas han mejorado para los pacientes psiquiátricos, no ha sido así por lo que respecta a su situación social. Me refiero a nuestro estigma: seguimos señalados como “locos” (con todos los prejuicios que ello implica) y rechazados de plano, tanto por la sociedad, como por nuestras propias familias por ignorancia, por egoísmo o por ambas razones. Personalmente he sufrido todo ese rechazo por parte de propios y ajenos, los que no han mostrado curiosidad siquiera por conocer mi caso, sencillamente han desaparecido. Si bien es cierto que, en otras situaciones, mis crisis psicóticas han provocado la ruptura con personas que sí estimo, sin posibilidad de reencuentro hasta quedarme completamente sola. Así de amarga y estéril puede la enfermedad mental. Para hablar de nuestro estigma, remito al capítulo correspondiente.

  • Come, duerme, anda

    Probablemente estas sean las exhortaciones más importantes, que cualquier médico, no sólo el psiquiatra, pueda hacernos para mejorar o mantener nuestra salud general.

    Como todo el mundo sabe, cuerpo y mente están unidas y no se conciben la una sin la otra, de tal manera que nuestro bienestar mental depende de nuestro bienestar físico y viceversa. Pero si hubiese que elegir tres actividades fundamentales sin las cuales no pudiésemos vivir, éstas serían las funciones de nutrición, sueño y ejercicio. Parece muy evidente, sin embargo, en la dura sociedad postindustrial en que vivimos las obviamos muy a menudo. En su lugar, desarrollamos malos hábitos que favorecen los trastornos alimenticios, alteran nuestro sueño y procuran el sedentarismo.

    Comida nutritiva

    Yo me he criado en un hogar español tradicional, con todo lo que eso implica a la hora de saber valorar la dieta mediterránea y tener buenos hábitos de comidas: en mi casa, siempre puntual, con uso de alimentos frescos, reunida con la familia y cocinada por mi abuelita. Situación que cambió notablemente en el momento en que abandoné mi hogar para estudiar en la universidad. La impuntualidad, las comidas precocinadas, la soledad y la pereza me han llevado a comer mal y alimentarme peor, no sé si me entienden. Aunque, en mi caso bipolar, tengo temporadas amables de abril a junio en las que mi nutrición y mis hábitos son envidiables, alternadas con desequilibrios anímicos, que repercuten negativamente en todo lo que hago y en el abandono los buenos propósitos en la mesa.

    El tipo de vida sedentario, tecnificado y postindustrial favorece los malos hábitos alimenticios. Los platos precocinados, los azúcares, la sal, los aditivos artificiales, etc., sólo redundan en hacernos aparentemente más fácil y sabroso de engullir lo que, en principio, es grato de por sí: la comida. ¿Cómo se ha producido el cambio de hábitos alimenticios? Obviamente el quid de la cuestión se encuentra en un cambio de sociedad, que no por estar más tecnificada es más sana.

    Sin entrar en polémicas sobre nuestro modelo social, es obvio que aquellas personas que están concienciadas sobre su alimentación y guardan los buenos hábitos tienen una gran ventaja sobre las que comemos mal. Y el cuerpo lo nota inmediatamente en todos los aspectos: entrando como estoy en mi fase anual de bienestar, empiezo a comer mejor, adelgazar unos kilos, notar las mejoras en mi piel y sentirme anímicamente motivada. Por eso, todos los años me propongo que esta etapa dure lo máximo posible y, en caso de no poder cumplir con todo, al menos mantener los horarios de comidas y los alimentos frescos en mi refrigerador.

    Como es obvio, lo ideal sería mantener la buena nutrición todo el año, pero tenemos que contar con nuestras afecciones mentales y cómo influyen sobre nuestras rutinas alimentarias y viceversa. Si somos lo que comemos, pregúntate cómo de desequilibrada está tu vida y si esto tiene su correlato sobre cómo te alimentas. Si quieres mejorar tu salud mental, empieza por lo más elemental: comer bien.

    Sueño reparador

    Siguiendo con las exhortaciones a una vida sana, ¿qué tal andas de sueño? Yo necesito de mi medicación para conciliarlo y no siempre es reparador. Me despierto sobre las cuatro de la mañana y tardo en volverme a dormir, pero siempre intento dormir entre siete u ocho horas.

    Lo ideal, en cada caso, es dormir las horas necesarias según el individuo. Los especialistas reconocen tres tipos de personas, según sus ciclos de sueño: las que necesitan dormir entre cinco y seis horas, las que necesitamos entre siete y ocho, y las que duermen más de ocho horas. Por otro lado, hay quien es diurno (alondras) y quien prefiere la noche (búhos). Tengas la afección mental que tengas, primero aprende a identificar tu tipo de sueño y después ajusta tus horarios y rutinas nocturnas a los mismos. Y lo más importante, al igual que a la hora de comer, mantén la puntualidad como un hábito.

    Lucha contra el sedentarismo

    Mantenernos activos es fundamental para quemar el cortisol sobrante y no sentirnos constantemente agotados. Una hora al día de paseo a buen ritmo hace milagros. Ayuda a rebajar la ansiedad, permite el contacto con el sol y con nuestro entorno, supone un ejercicio amable que nos desentumece cuerpo y mente, mejora la circulación sanguínea y nos obliga a salir de casa. Si es en compañía, mejor que solo.

    Ya sabemos que la vida de muchos enfermos mentales transcurre en casa, delante del televisor y atiborrándose de todo lo que tenga a mano, haciendo caso omiso de cualquier estímulo para moverse. Por eso andar es un ejercicio sencillo, que se plantea como una buena propuesta para estimular cuerpo y mente. Quien tenga la fortuna de asistir al gimnasio o practicar un deporte, conoce las bondades del ejercicio físico, pero, para todos aquellos que no estén dispuestos o no puedan permitírselo, andar es el ejercicio ideal y además es gratis.

    Elige una ruta de 30-60 minutos y selecciona una música acorde con este ejercicio y tu paseo se hará más amable. En principio, puedes practicarlo cuando quieras, pero se recomienda la franja de la mañana a la sobremesa, frente a la tarde-noche, ya que hace ejercicio supone activar todo: cuerpo y mente, y no es recomendable que el ejercicio físico entorpezca el sueño por un exceso de actividad. Yo personalmente lo hago por la mañana temprano, para empezar el día activa y con energía, y escojo rutas de 40 a 60 minutos (porque no siempre estoy con suficiente energía para hacer el mismo trayecto), que sean poco frecuentadas. Hacerlo en silencio, cuando estoy sobrecargada, me ayuda a tranquilizarme; amenizarlo con música me anima si estoy baja de ánimo. Pero nunca desisto.

    Las claves para vivir mejor

    En resumidas cuentas y aunque suene como un mantra, comer, dormir y hacer ejercicio físico son las claves más elementales que vertebran la vida de toda persona. Sobre éstas se cimenta nuestra estabilidad y salud física y mental. Por eso, si quieres poner a punto tu mente, no te olvides de tu cuerpo y de la máxima sicosomática de que todo lo que le hagas a uno de los dos, se lo estarás haciendo al otro.